Hoy llueve de nuevo sobre las
empedradas calles de La Habana Vieja. A través de las sucias ventanas del
cuarto, esta agua parece traer reminiscencias de aquella otra que ahora recogen
páginas descoloridas, esa agua medrosa y triste de la que habló Gabriela. Ya los oigo subir por la escalera, sé que
vienen por mí y ya no siento miedo, ya no soy yo.
Esta es la gloria de la revolución de la que tanto hablaron, estos los
sueños que nos prometió nuestro comandante: un país de miseria en donde los
hombres no pueden alzar la voz si no es para decir lo que ellos quieren. Ellos,
los fantasmas sin rostro, por todas partes, haciendo respetar el espíritu de la
revolución.
Ellos no entienden de nombres o ideas, sólo entienden el miedo y la sed
perpetua del poder. No sólo no tienen rostro; tampoco tienen nombre, ni
bandera, ni alma. No son más que perros de presa. Son el enjero corrupto a
través del cual una mano férrea dirige nuestro yugo. Aquí, en mi humilde cuarto en La Habana, o en cualquier otro lugar del mundo. Son ellos quienes encienden
la mínima chispa necesaria para incendiar de odio un slum en Mirzapur. Son el hierro entre los olivares andaluces,
prendido en el pecho del poeta. Son el vientre abombado de un niño cuyas manos y
cuya infancia se llevó la guerrilla en el África ecuatorial. Son la incomprensión
de una madre ante los ríos de sangre de una favela y la pasividad del
desposeído por las “democracias”. Son
la lluvia torrencial que arrasa hasta nuestros jardines más secretos. Al fin y
al cabo, es siempre lo mismo: Al terror le sobreviene la calma, después la
lluvia arrastra inclemente la sangre que riega nuestra tierra, olvidamos. Todo
se repite: nos oprimen, padecemos, alzamos las voces, nos engañamos con la
ilusión vana del cambio, el cambio llega, el cambio nos oprime, padecemos de nuevo. Así
será siempre: germinaremos, sangraremos, olvidaremos, moriremos.
Los oigo al otro lado de la puerta. Me
llevarán, desapareceré y otro ocupará mi lugar, se lo llevarán también. Entran,
son dos, me encañonan. Mientras, afuera, indiferente, llueve.
A.S.V.
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